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Armando Cerra
“Iba caminando por el mundo, siguiendo terreno, saltando torrentes y barrancos, cuando un día vi una tierra donde hacía más sol, el cielo era más azul, el mar más azul también, las casas eran blancas y sin nieve, y todo era verde y florido, e hice alto”. Así descubrió Santiago Rusiñol Sitges un día otoñal de 1891. Puede parecer algo muy lejano en el tiempo, pero sigue muy presente en este pueblo costero al sur de Barcelona.
La sombra de Rusiñol todavía envuelve Sitges de una atmósfera cultural innovadora. El polifacético creador catalán llegó aquí siendo un treintañero, con ganas de encontrar un ambiente donde congregar a sus amigos, agitar el arte de su tiempo y dejar que la creatividad fluyera. Sin duda lo logró.

Programó a lo largo de los años sus famosas “fiestas modernistas” con recitales de poesía, muestras pictóricas o representaciones de ópera. Atrajo a un sinfín de amigos, con los que se intercambió obras. Muchos de aquellos tesoros siguen ahí, en el Museu del Cau Ferrat, que es la casa donde vivió Rusiñol y donde se exponen sus trabajos junto a los de su amigo íntimo Ramon Casas o los de Picasso, Pablo Gargallo e Ignacio Zuloaga. Además de un par de cuadros de El Greco, el pintor que más le maravillaba al moderno y modernista Rusiñol.
Aquella efervescencia creativa no solo ha dejado recuerdos y un interesante museo. La huella de lo que supuso el paso del siglo XIX al XX también se manifiesta en el modernismo que salpica el casco histórico. Unas calles estrechas en las que aparecen grandes inmuebles levantados gracias a las fortunas de los indianos como la hermosa Can Carreras o la icónica casa de Bartomeu Carbonell i Mussons en la plaza Cap de la Vila.
Abundan las galerías, algunas centradas en arte catalán como es Àgora 3 y otras de tono más internacional como OOA Gallery
Hasta el edificio del Ayuntamiento se inspira en la arquitectura modernista. Al igual que el teatro Prado o el Mercat Vell que diseñó Gaietà Buigas, el mismo arquitecto que proyectó el monumento a Colón al final de las Rambla barcelonesa. Hoy, tanto el teatro como el mercado son dos referentes de dinamismo cultural, dos puntales de la inquietud creativa que se respira en Sitges desde los tiempos de Rusiñol.
Las salas del viejo mercado ahora acogen exposiciones de arte de vanguardia. E incluso, un lateral es la sede de la Fundació Stämpfli, que lleva el nombre del artista suizo Peter Stämpfli asentado en Sitges hace décadas. Uno de los muchos creadores afincados aquí desde finales del siglo XIX. Lo que ha provocado que en el siglo XXI abunden las galerías, algunas centradas en arte catalán como es el caso de Àgora 3 y otras de tono más internacional como OOA Gallery. De modo que un paseo por Sitges siempre resulta inspirador. Más aún en temporada baja, sin la aglomeración veraniega.

Tal vez sea por la cercanía a Barcelona, por esa energía creativa o por ser desde hace años un punto de encuentro mundial LGTB, pero el hecho es que a diferencia de otros focos turísticos de costa, aquí no se echa la persiana cuando acaban los días de playa. De hecho, quizás sea entonces el mejor momento de visitar Sitges. Al fin y al cabo, a Rusiñol le fascinó en otoño.
Para empezar porque se celebran eventos de gran interés y para todos los gustos. Una vez pasados los calores del estío tiene lugar el Festival de Sitges, de cine fantástico. O se viven los carnavales como una fiesta grande. Y para inicios de la primavera llega puntualmente la larga caravana del Rally Internacional de Coches de Época.

La agenda de acontecimientos en Sitges no ha dejado de crecer desde las pioneras fiestas modernistas. Y si por un casual, no hay nada programado, basta con disfrutar sin agobios de los atractivos sitgetanos. Uno de ellos es llevar a mano la tarjeta de crédito para hacer shopping por las calles San Francisco, Mayor o Parellades y así estar a la última en ropa, calzado y cualquier complemento.
O si cae la tarde, el paseo obligado es por la calle Marquès de Montroig, buscando mesa entre las terrazas para disfrutar del ambiente. Aunque si no apetece o no se halla sitio, la opción es seguir hasta el final y desembocar en el paseo marítimo. Ahí, surge la mejor postal de Sitges, la de la playa de la Fragata con el fondo de la iglesia de Sant Bartomeu i Santa Tecla. La imagen actúa como un imán, de día o de noche. Nadie se resiste a caminar junto a la playa hasta la plaza del Baluard y desde ahí subir la escalinata al templo.

En verano, la constante marabunta impide gozar de ese espacio y las vistas del Mediterráneo. En cambio, fuera temporada todo es más íntimo. Entonces se comprende el nombre de la replaceta que hay tras la iglesia. Es el Racó de la Calma. Un lugar que huele a historia y buen gusto. El sitio donde Miquel Utrillo ideó el Palau de Maricel entre 1910 y 1918. Una obra para la que no tuvo límites presupuestarios, ya que se trataba del gran capricho del industrial estadounidense Charles Deering. Un personaje que llegó aquí para conocer en persona a Santiago Rusiñol y acabó perdidamente enamorado de Sitges. ¡Otro más!
El Museu del Cau Ferrat
Santiago Rusiñol falleció en 1931, lejos de Sitges, pero en su testamento plasmó el cariño a su pueblo de adopción legando a la localidad su casa-taller. Eso sí, dejó claro que debía respetarse la unidad de aquel acopio de arte, artesanía y libros reunidos durante gran parte de su vida. Ese fue el germen del actual Museu del Cau Ferrat. Una colección única y variopinta, en la que conviven las modernas esculturas de Manolo Hugué o Gargallo con los lienzos impresionistas de Darío de Regoyos , la oscuridad de Zuologa o las obras de un tal Pablo Ruiz, que todavía no firmaba como Picasso. Todo ello mezclado con restos arqueológicos, cerámicas, forja, muebles y hasta cuadros antiguos. Un conjunto de lo más ecléctico y entretenido. La perfecta traducción de las múltiples inquietudes que tuvo su