Retomar la brújula ética: las lecciones de la IA y la vivienda
La gran interrogante es saber si estamos preparados para enfrentar los riesgos y las desigualdades que surgen de los cambios acelerados, ya sea en el terreno tecnológico o en el inmobiliario


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21.02.2025 – 09:00Actualizado: 21.02.2025 – 09:00
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Algo curioso está pasando en el panorama, ya que recientemente, en la Cumbre de Acción de la IA celebrada en París, varios países acordaron lineamientos para un desarrollo más responsable de la inteligencia artificial (IA). Sin embargo, la ausencia de Estados Unidos y Reino Unido dejó claro que no todos están listos para establecer compromisos conjuntos.
Mientras tanto, en paralelo en México, el Senado aprobó la reforma al Infonavit, parte central del plan de vivienda de la presidenta Claudia Sheinbaum, con la idea de construir 500,000 hogares en los próximos años, en medio de las dudas y los cuestionamientos de representantes de constructores, la industria privada y los trabajadores.
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La pregunta que queda en el aire es si estamos preparados para enfrentar los riesgos y las desigualdades que surgen de los cambios acelerados, ya sea en el terreno tecnológico o en el inmobiliario.
Entre el acuerdo y la omisión
En la cumbre de París se discutieron lineamientos éticos que deberían regir la innovación, desde la transparencia hasta la protección de los derechos humanos. Sin embargo, el hecho de que potencias influyentes permanezcan fuera del acuerdo desata dudas: ¿podrán los países firmantes imponer normas efectivas sin el respaldo de quienes lideran la carrera tecnológica? Es un ejemplo de cómo el progreso no sirve de mucho si no existe una visión colectiva para guiarlo.
En ese mismo sentido, la reforma al Infonavit propone atender un problema de larga data: la falta de vivienda asequible. Sobre el papel, parece una iniciativa plausible. Pero cabe preguntarse si, sin una estrategia consensuada, donde participen con igualdad en las opiniones y decisiones, las autoridades locales, los desarrolladores y la sociedad civil; no terminará reproduciendo patrones como la especulación y el desplazamiento de comunidades con menor poder adquisitivo.
Dos escenarios, una misma urgencia
La falta de un consenso global en temas de inteligencia artificial podría acelerar el surgimiento de proyectos “desalineados”: iniciativas que, al carecer de control claro, podrían impactar negativamente la vida cotidiana. Por ejemplo, se corre el riesgo de que la tecnología, en lugar de cerrar brechas, acabe abriéndolas más cuando no se tiene un marco que proteja la equidad.
El desarrollo de un gran número de viviendas, si no está bien planificado, también puede provocar consecuencias contrarias a las que se esperan. A lo largo de México hemos visto cómo grandes construcciones nacen sin la infraestructura necesaria, incentivando la segregación habitacional y la sobrecarga de servicios públicos. Sin criterios éticos y sociales que orienten la construcción, estos proyectos pueden terminar marginando a la población más vulnerable.
Retomar la brújula ética
Frente a esta doble realidad, es urgente retomar la brújula ética. ¿Por qué insistir en ello? Porque, tanto en la tecnología como en la vivienda, el peligro está en dejar que la inercia del mercado o la euforia de la innovación dicten el rumbo sin considerar los impactos a largo plazo.
Cuando un país tan poderoso como Estados Unidos decide no sumarse a un tratado internacional de IA, manda el mensaje de que la prioridad es la competitividad, incluso si esto implica riesgos para la sociedad global. Por su lado, cuando se reforman las reglas de un organismo tan importante como el Infonavit, se debe garantizar que las personas de menores ingresos no acaben quedando fuera de la promesa de una vivienda digna.
El costo de la omisión
No hay que olvidar que estos cambios repercuten de manera directa en la población. Una política mal diseñada en materia de vivienda tiene efectos reales: encarecimiento del suelo, expulsión de familias de sus barrios de origen y deterioro de la cohesión social. De la misma forma, la innovación sin controles claros puede resultar en aplicaciones que exacerban la desigualdad o la vigilancia excesiva.
Llegados a este punto, vale la pena preguntarse: ¿de qué sirve la modernización si no beneficia a la mayoría? Cuando la tecnología y el crecimiento urbano no se diseñan para servir a las personas, los costos humanos pueden ser altísimos. Y, con frecuencia, quien más sufre estas consecuencias es quien menos recursos tiene para defenderse.